En botánica, el fruto es el órgano procedente de la flor, o de partes de ella, que contiene a las semillas hasta que estas maduran y luego contribuye a diseminarlas.1 Desde un punto de vista ontogénico , el fruto es el ovario desarrollado y maduro de las plantas con flor. La pared del ovario se engrosa al transformarse en la pared del fruto y se denomina pericarpio, cuya función es proteger a las semillas. Con frecuencia participan también en la formación del fruto otras partes de la flor además del ovario, como por ejemplo el cáliz o el receptáculo.2
El fruto es otra de las adaptaciones, conjuntamente con las flores, que ha contribuido al éxito evolutivo de las angiospermas. Así como las flores atraen insectos para que transporten polen, también muchos frutos tratan de atraer animales
para que dispersen sus semillas. Si un animal come un fruto, muchas de
las semillas que éste contiene recorren el tracto digestivo del animal
sin sufrir daño, para después caer en un lugar idóneo para su
germinación. Sin embargo, no todos los frutos dependen de ser
comestibles para dispersarse. Otros, como los abrojos,
se dispersan aferrándose al pelaje de los animales. Algunos forman
estructuras aladas para poder dispersarse con el viento, como los arces.
La variedad de tipos de frutos que han desarrollado las angiospermas a
través de su evolución les ha permitido invadir y conquistar todos los
hábitats terrestres posibles.
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